Pluma de Oro

¿Cómo elegir tu película favorita, o la mejor canción de rock? ¿Existe, acaso, una única respuesta correcta? Así me siento yo al hablar de mis profesores. De cada uno de ellos aprendí una lección, una manera de hacer las cosas y, probablemente, una manía a evitar. Todos me inspiraron de un modo u otro, y son muy pocos aquellos de los que guardo un mal recuerdo.
Desde que tengo memoria, los profesores han sido una figura muy importante en mi vida, un modelo a seguir. Atesoro cada anécdota que compartieron conmigo, especialmente aquellas que me ayudaron a comprender mejor el mundo. 
Sé que me gusta escribir porque mi profesor de 3º de primaria nos mandaba escribir historias en clase, y desde entonces no he dejado de imaginar vidas ajenas y grandes hazañas en mi cabeza. Sé, también, que me gusta la ortografía porque mi profesora de 2º de primaria nos mandó hacer muchos ejercicios para practicarla, y empecé a verlo como un juego. Todavía están pegadas, en el microondas de mi cocina, las pegatinas que nos daba mi profesora de inglés cuando respondíamos bien. 
Recuerdo que mi profesor de biología, ya en la ESO, siempre tenía una historia que contarnos al final de las clases, y que estaba relacionada con lo que ese día había explicado. Los esquemas de Laura, la de naturales, siempre tan bien organizados. Las matemáticas con Ángel, que aquel año se convirtieron en mi pasión; las clases de inglés con Pedro, donde por primera vez sentí que aprendía, en vez de seguir repitiendo curso tras curso el verbo "to be". El día que mi profesor de filosofía me reprendió por tener prejuicios, y también el día de mi graduación, cuando le dije que estaba orgullosa de haber sido su alumna.
Guardo, con cariño, todos estos y muchos más recuerdos en mi memoria, pero me resulta imposible escribir un post sobre "el profesor que me marcó" y no mencionar a mi tutor de 6º de primaria.
El que me enseñó a esforzarme más que ningún otro, con el que cada día aprendíamos todo cuanto nos era posible, quien llevó la exigencia al nivel más alto que pudo, así como su pertinente recompensa. Gracias al cual, al entrar en la ESO, pude permitirme el lujo de aburrirme en las clases, pues todo lo que veíamos yo ya lo sabía. El profesor por el cual podía pasarme 5 horas diarias haciendo deberes y verlo como un pasatiempo. El que nos supo llevar y comprender. A todos. Y que nos unió más que nadie como grupo. Aquello en lo que, en algún momento, espero convertirme.
Él me dijo una vez que yo era diferente, que era una pluma de oro. Y porque él me lo dijo aquel día, hoy yo lo sigo creyendo. Sé que sabe lo importante que fue para mí, y aunque no vaya a poder leerlo, este es mi agradecimiento.


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